Y otro sueño más.
Estoy de vacaciones, creo, en un país desconocido.
...
No es difícil compartir dormitorio con L. cuando has conseguido habituarte a sus ronquidos intempestivos. Cada mañana, cuando vuelve de la ducha con el albornoz verde semicaído por los hombros, me despierta invariablemente al abrir la puerta y cerrarla para ir al baño, para volver, para salir de nuevo, para volver por segunda vez, en una sucesión de actividades demasiado frenéticas para ser las primeras del día. Demasiado frenéticas para mí, que yazgo aún en la cama, con un ojo abierto y otro cerrado, observando más en sueños que en vigilia el cuerpo desnudo de L...
Al final decido abrir los ojos -ambos- del todo, cuando me canso de las idas y venidas de L., que ya está vestida. Enciendo la luz y le digo “hola, cielo”, y ella me contesta más o menos lo mismo, y me pregunta aturulladamente que qué voy a hacer hoy, que dónde voy, que si hacemos la compra, que qué cenamos.
-No son más que las nueve -consigo articular a duras penas-, ya veremos.
Y con el “ya veremos”, respondo todas las preguntas, incluidas las relativas al fin de semana -me las hace cuando todavía es miércoles-, las de la semana que viene, las del mes que viene, las del año que viene y las de mi existencia completa. Para qué voy a preocuparme más. Estas son mis "vacaciones". Sólo sé que voy a escribir.
...
Algo no va bien. Lo sé porque a L. se le ha puesto de repente la cara y la voz de mi hermana. Sigue siendo L., pero al mismo tiempo es mi hermana. Pero no puede ser, mi hermana no ha venido de vacaciones conmigo.
Entra por una rendija de la ventana un rayo de luz de color amarillo sucio, amarillo plástico y amarillo muerto. Yo, que yazgo en la cama con un ojo abierto y otro cerrado, como si hiciera guiños, pienso que mi hermana debe estar a punto de ir al instituto, que a mí me queda todavía más de una hora para dormir, hasta que venga mi madre y me despierte para ir al colegio. Debe ser invierno. Mi hermana lleva puestos los guantes de lana roja que le regalaron la navidad pasada. Me gusta observar cómo se le doblan los dedos cuando los aproxima al interruptor de la lámpara de noche para apagarla. Demasiado tarde, estoy tan despierta que posiblemente no consiga volver a dormirme antes de tener que ir al colegio. Con la voz, la cara y el cuerpo de mi hermana, L. se inclina para darme un beso en la mejilla...
Estoy de vacaciones, creo, en un país desconocido.
...
No es difícil compartir dormitorio con L. cuando has conseguido habituarte a sus ronquidos intempestivos. Cada mañana, cuando vuelve de la ducha con el albornoz verde semicaído por los hombros, me despierta invariablemente al abrir la puerta y cerrarla para ir al baño, para volver, para salir de nuevo, para volver por segunda vez, en una sucesión de actividades demasiado frenéticas para ser las primeras del día. Demasiado frenéticas para mí, que yazgo aún en la cama, con un ojo abierto y otro cerrado, observando más en sueños que en vigilia el cuerpo desnudo de L...
Al final decido abrir los ojos -ambos- del todo, cuando me canso de las idas y venidas de L., que ya está vestida. Enciendo la luz y le digo “hola, cielo”, y ella me contesta más o menos lo mismo, y me pregunta aturulladamente que qué voy a hacer hoy, que dónde voy, que si hacemos la compra, que qué cenamos.
-No son más que las nueve -consigo articular a duras penas-, ya veremos.
Y con el “ya veremos”, respondo todas las preguntas, incluidas las relativas al fin de semana -me las hace cuando todavía es miércoles-, las de la semana que viene, las del mes que viene, las del año que viene y las de mi existencia completa. Para qué voy a preocuparme más. Estas son mis "vacaciones". Sólo sé que voy a escribir.
...
Algo no va bien. Lo sé porque a L. se le ha puesto de repente la cara y la voz de mi hermana. Sigue siendo L., pero al mismo tiempo es mi hermana. Pero no puede ser, mi hermana no ha venido de vacaciones conmigo.
Entra por una rendija de la ventana un rayo de luz de color amarillo sucio, amarillo plástico y amarillo muerto. Yo, que yazgo en la cama con un ojo abierto y otro cerrado, como si hiciera guiños, pienso que mi hermana debe estar a punto de ir al instituto, que a mí me queda todavía más de una hora para dormir, hasta que venga mi madre y me despierte para ir al colegio. Debe ser invierno. Mi hermana lleva puestos los guantes de lana roja que le regalaron la navidad pasada. Me gusta observar cómo se le doblan los dedos cuando los aproxima al interruptor de la lámpara de noche para apagarla. Demasiado tarde, estoy tan despierta que posiblemente no consiga volver a dormirme antes de tener que ir al colegio. Con la voz, la cara y el cuerpo de mi hermana, L. se inclina para darme un beso en la mejilla...
...