domingo, 12 de julio de 2015

Inauguratio

Presagios

El augur examina los presagios con celo. Una bandada de golondrinas levanta el vuelo en el horizonte, desde un campo de cebada agostada por los calores de un duro estío. Una de las aves parece guiar la comitiva con decisión hasta que, a la vista de un águila que vuela en círculos, cambia la dirección de su recorrido. 
Calmada, sin espantarse, vuelve a guiar hacia el camino contrario a sus congéneres. 
El águila lo ha visto y se detiene ahora a contemplarlo todo desde la rama de una encina añeja. 

También en nosotros clava sus ojos amarillos. Uno de ellos parece cerrarse momentáneamente. 

"Omen accipio", proclama el augur, y elegimos el lugar. 


El perímetro

La yunta avanza pesada. Dos bueyes tiran y tiran, fatigosos, a la hora de la siesta. Rodeamos el lugar donde vamos a fundar nuestra Ciudad. Pasa por en medio un río caudaloso y lento, cruzado por puentes que otros construyeron, y semáforos que siempre están en verde, y espejos deformantes. La habitan palomas, escualos, damas enigmáticas, duendes desdeñosos y un enjambre de hermosas luces verdes a la hora en que el sol se pone. 

Es caótica y transitada, pero es nuestra Ciudad. 


Delimitamos

Aquí vivirán Sársara y la muchacha sin nombre. Allí, Atlántida. Junto a ella, establecerá su morada la Reina de los Cocodrilos. Para Emma hemos destinado parte de la zona sacra. 

Y en el foro, entre mostradores de libreros, pupitres de oficina, estanterías de biblioteca, circulan editores, brujas y ángeles sin alas. 


Sacrificio

¿A quién dedicamos la Ciudad? 

Sin una Tríada capitolina, sólo nos queda volver a mirar fijos a los ojos amarillos del águila. El augur, que ha sacrificado sus entrañas en once relatos, le brinda al pájaro su alma, su corazón y su vida. 
Dividimos el territorio. Once parcelas y un camino difuminado entre ellas.

Comienza a anochecer. Cae la oscuridad y la Niebla...


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